La sala capitular de Sijena representada en su esplendor (parcialmente recuperable) por Valentín Carderera.

Son suficientemente conocidos los antecedentes del conflicto de los bienes de Sijena, por lo que nos permitiremos obviarlos aquí en aras de la concisión. Finalmente, los tribunales han considerado que las ventas de los bienes realizadas en los años 80 y 90 fueron nulas de pleno derecho y que, en consecuencia, los objetos deben ser reintegrados a su lugar de origen, el Real Monasterio de Santa María de Sijena, que desde 1923 es Monumento Nacional y, por tanto, un conjunto cultural unitario, indivisible, y legalmente protegido. El 25 de julio las obras tristemente sacadas de su contexto histórico y artístico tendrán que haber regresado al lugar del que nunca debieron salir.

Este conflicto, que se enmarca en uno mayor relacionado con el patrimonio emigrado, suele ser considerado en su vertiente territorial (en el sentido de nacional). De modo que parece que las partes que se enfrentan son “los aragoneses” por un lado y “los catalanes” por otro. Es algo que, a los amantes del patrimonio cultural, no deja de extrañarnos. Nos sorprende que no exista un conjunto mayor de personas capaces de analizar la cuestión en estrictos términos culturales, patrimoniales, artísticos y arquitectónicos. Creemos firmemente que para defender la restitución del Real Monasterio de Santa María de Sijena no es necesario ser aragonés, ni catalán, ni español, ni nada de nada, más allá de persona conocedora del problema y sensible al patrimonio cultural. Claro: al defender esto nosotros somos sospechosos porque formamos una asociación de ámbito aragonés. Nosotros sabemos bien que si el caso fuera el contrario, el de un monasterio en tierras catalanas despojado de su más íntimo ser por operaciones de desintegración, con traslado incluido a museos aragoneses, defenderíamos sin duda su vuelta al monasterio de origen. Es posible (eso no lo sabemos, tendríamos que ponernos en la situación para observarnos) que nos diera pena que, tras haber sido valoradas dichas piezas en nuestro entorno, después de haberlas custodiado dignamente y haberlas integrado en discursos museísticos de centros cercanos, sintiéramos cierta pena ante el regreso. Es posible, no lo sabemos, los sentimientos son así. Pero no nos cabe duda que nuestra manera de comprender y amar el patrimonio cultural nos guiaría en última instancia a la defensa del retorno. Por diversos motivos de tipo cultural, pero también social, que hemos expresado muchas veces pero que volvemos a explicar aquí. No queremos decir con ello que quienes se oponen a la devolución son personas insensibles al patrimonio, ni mucho menos, pero sí que creemos que son personas que anteponen al enfrentarse a la cuestión del patrimonio motivos que no son patrimoniales ni sociales.

Entendemos que existe una razón cultural de tipo principal que, a quienes conocemos bien el patrimonio, nos resulta suficiente: el bien cultural (al menos el antiguo) no es un objeto abstractamente comprensible, limitado en su materialidad y fácilmente trasladable. El bien cultural (al menos el antiguo) es, además de un objeto de disfrute estético y una pieza histórica, parte integrante de una red de relaciones y significados que no se agota en sus límites físicos sino que, por el contrario, se extiende en torno de sí en el contexto espacial y en la función.

El Real Monasterio de Santa María de Sijena es espacio artístico e histórico de primer nivel. Fue incomparable. Lamentablemente en su estado actual es una herida más de la Guerra Civil Española. Fue incendiado y saqueado en el verano de 1936 por tropas anarquistas procedentes de Barcelona, que iban a Zaragoza para luchar contra la salvaje y criminal sublevación militar que sumió a España en un infierno de tres años y en una oscuridad de décadas. Sijena es una herida de guerra. Perdió entonces (para siempre en aquel estado de esplendor) su inigualable sala capitular, el imponente palacio prioral, su plenitud en cuanto que obra arquitectónica y total. Los responsables del crimen fueron quienes lo cometieron directamente, y también quienes permitieron que se desatase esa furia destructora mediante la desestabilización del estado de derecho. La desintegración de Sijena tiene naturaleza bélica. No únicamente porque fuera a consecuencia de la guerra la destrucción y el traslado de piezas tan importantes como las pinturas murales, sino porque todas las pérdidas posteriores hubiesen sido imposibles en un conjunto bien conservado, como lo era hasta 1936 y legalmente protegido, como lo era desde 1923. Es cierto que antes de la guerra ya se habían producido ventas de bienes culturales, pero se trató de ventas puntuales anteriores, en todo caso, a la protección estatal mediante la catalogación como Monumento Nacional.

Las comunidades humanas para las que el Real Monasterio es un depósito memorial principal tienen razones para sentir como propia la herida de Sijena. Son comunidades diversas, con intereses también diversos y visiones muchas veces diferentes, todas ellas legitimadas para sentir Sijena. Por una parte, sin duda y tal vez en primer lugar, la comunidad local, la de las personas que viven Sijena desde que nacen o desde que allí viven. También los pueblos del entorno, las comarcas cercanas, que tienen en Sijena un hito de su paisaje histórico. La comunidad aragonesa, por supuesto, que guarda en Sijena una parte importante de su historia. También una comunidad más amplia conformada por los estados y territorios de la Corona, entre los que destaca Cataluña por su cercanía, entre otras cosas. No en vano fue Sijena la primera sede del archivo real, más tarde trasladado a Barcelona, y el lugar de enterramiento de un rey de Aragón y conde de Barcelona. También forma parte Sijena de comunidades más amplias, la española, la europea y, en suma, la comunidad humana en última instancia. Independientemente de que se forme parte de una comunidad o de otra, o de diversas a la vez, a nuestro modo de ver, las razones culturales, patrimoniales, artísticas y arquitectónicas, no varían. A quienes nos interesa el arte, el patrimonio, y concretamente el Real Monasterio, lo que racionalmente puede importarnos es que un bien de la máxima importancia sea restituido en la medida de lo posible en su belleza original y en su plenitud artística e histórica, sin alterar, claro, su autenticidad. ¿Qué más da dónde viva uno, o haya nacido, para querer que un bien arquitectónico de belleza máxima sea recuperado en lo posible? Téngase presente lo que antes decíamos: no se trata únicamente de restituir en su plenitud el bien arquitectónico que radica en Sijena, se trata también de restituir en su plenitud los bienes culturales que ahora se encuentran fuera, que también se han visto violentamente disociados de su naturaleza (tanto como el propio edificio), de su carácter histórico, de su compleja unidad artística. En estrictos términos patrimoniales, históricos y artísticos, la restitución del Real Monasterio no es solo en beneficio del edificio sino también de su tesoro. Este razonamiento cultural, el que a nosotros interesa, es completamente independiente de lo “nacional”. En Apudepa sentimos como propias todas las luchas por la reintegración de los conjuntos culturales dispersos por motivos bélicos (como es el caso de Sijena) o coloniales. Pedimos el regreso al Partenón de sus frisos, el retorno a Egipto de sus bienes, la devolución a Cataluña de los documentos antes conservados en Cataluña, o de los bienes legal o ilegalmente expoliados a los pueblos, y no nos hace falta para ello ser griegos o egipcios.

Se dirá, tal vez, que este discurso pone en serios problemas la cultura museística de la modernidad. Creemos que, en buena parte, así es. Creemos que debe iniciarse (o extenderse) una reflexión general sobre lo que supone para el territorio la acumulación de su riqueza en los centros urbanos. Y ahí sí se nos puede juzgar por nuestras acciones: En Apudepa hemos pedido reiteradamente el regreso a Sijena no solo de los bienes que se encuentran en Lleida o Barcelona, no solo de los que se encuentran en Toledo o Madrid, sino también de los que se encuentran en el mismo ámbito de acción de la Asociación, en Zaragoza y Huesca. Por los mismos motivos, sin que resulte preferente un retorno que otro.

Por las mismas razones culturales deberían devolverse las obras de los museos a todos los pueblos. Así es. No nos oponemos. Si somos más activos en el caso de Sijena que en otros también insertos en nuestro ámbito de acción no es por razones culturales sino por cuestiones prácticas: en primer lugar porque el pueblo de Sijena, a diferencia de otros pueblos, lleva décadas clamando por su patrimonio, y para nosotros es importante la voluntad y la lucha local. En segundo lugar porque Sijena es un lugar especial en algunos aspectos: un conjunto unitario de enorme riqueza artística cuya seguridad y condiciones de conservación pueden garantizarse fácilmente y sin coste desproporcionado. Y también, es cierto, porque en Sijena la posibilidad está abierta fruto de un conflicto legal.

Los bienes culturales entendidos en su dimensión social son, además de objetos de deleite estético, de reconocimiento histórico y de depósito memorial, una fuente de riqueza material y, por tanto, también un legítimo activo de la sociedad que lo posee. ¿Es justo, entonces, que el mundo rural se vea sistemáticamente despojado de la riqueza que creó? Así entendido, el conflicto no es entre naciones sino entre la sociedad rural y la urbana, no entre Cataluña y Aragón sino entre Villanueva de Sijena y Los Monegros, por un lado, y Zaragoza, Huesca, Madrid, Toledo, Barcelona y Lleida, por otro. Ojo: también hay motivos racionales que deben mediar en un debate sobre “desmuseificación”. El hecho de que las obras de arte estén concentradas en equipamientos de las ciudades presenta ventajas de conservación, de seguridad y de exposición (no en lo relativo al “discurso museístico”, mucho menos interesante que el discurso original), aunque en nuestra opinión son más las desventajas. Pero ese debería ser el debate.

La herida de Sijena constituye, por tanto, un conflicto de memoria histórica vinculado a la Guerra Civil Española y a sus consecuencias, y a la necesidad de justicia y reparación. Es también un conflicto de naturaleza cultural vinculado a la comprensión de la obra de arte, del bien patrimonial, de la conservación y protección de su plenitud. Y es también un conflicto de naturaleza social, vinculado a los procesos de acumulación de la riqueza en el medio urbano y de desposesión del medio rural. En estos tres ejes nos gustaría encuadrar nuestra participación en el debate. También es un conflicto legal, claro, pero ese debe ser integrado mediante conceptos jurídicos y los tribunales ya lo han hecho o lo están haciendo. Es cierto que, a mucha distancia de lo anterior, cabría plantear la cuestión de la comunidad nacional a la que el arte pertenece esencialmente. Para nosotros es el último de los escalones del conflicto, el más artificial y el menos abordable racionalmente. También el menos importante.

A nosotros nos interesa el patrimonio, la arquitectura, la justicia social, la vertebración territorial y la distribución de la riqueza. Y es por eso por lo que defenderíamos tanto el traslado de las pinturas de Boí a Boí como el de las pinturas de la sala capitular a Sijena si estuvieran en Zaragoza. Ojalá pudiéramos contribuir a que la reflexión discurriera por estos cauces.

Apudepa, 3 de junio de 2016.

Un pensamiento sobre “Sijena: herida de guerra y conflicto cultural, no nacional”

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