Fotografía de los restos de pintura mural conservados en la iglesia del Real Monasterio de Santa María de Sijena en 2016. Fotografía CB.

Es realmente cansado, intelectualmente, este asunto de Sijena. Parece que no es posible que se produzca una discusión racional en la que solo importen los argumentos racionales y no la procedencia, más allá o acá del Cinca, de los intervinientes. El último capítulo es a cuenta del arranque de las pinturas murales de la iglesia del monasterio de Sijena. Sí. Porque si la historia de las pinturas murales de la sala capitular es más o menos sabida, la de las pinturas de la iglesia está todavía por conocerse. Y tememos que sea una historia de terror. Hasta ahora, el texto más importante al respecto es probablemente el de Montserrat Pagès, que dedica una parte importante de su libro Pintura mural sagrada y profana, del romànic al primer gòtic al cenobio sijenense. Obviemos aquí las clamorosas faltas históricas relacionadas con la terminología usada para referirse a la Corona, la corte o el rey de Aragón, que aparece como rey de Catalunya-Aragó o rey català (siendo Alfonso II rey de Aragón y conde de Barcelona, oriundo de Huesca, que se tituló siempre y ante todo Rey de Aragón).

En este libro, Pagès lanza una grave acusación velada que (a buen entendedor) se dirige contra Josep Gudiol i Ricart, persona importante para la historia de Sijena por ser la comisionada por la Generalitat para la conservación de las pinturas de la sala capitular. Pagès da por hecho que las pinturas del ábside fueron arrancadas y explica que el MNAC conserva restos secundarios de esas pinturas, pero no las escenas principales. Considera Pagès que “més aviat semblaria que al museu s’hi destinà allò secundari, és a dir, les trialles que cap col·leccionista hauria adquirit” (páginas 104-105). Pagès reconoce que los 16 fragmentos depositados en el MNAC desde 1960 eran todavía inéditos y no habían sido estudiados hasta el momento de publicar su libro (¡2012, más de 50 años!), lo que ciertamente hace cuestionar tanto el interés como la valoración del museo respecto de esas pinturas. Sugiere Pagès que las pinturas serían arrancadas antes de 1960 y que su venta pudo ser impedida por Carlos Cid Priego, a la sazón comisario del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional. Y a la vez sugiere que las pinturas no habrían podido ser vendidas hasta 1980 y que su publicación por Cook y Gudiol en ese año tendría como fin acreditar su autenticidad y venderlas a buen precio. Esto es, de alguna manera sitúa a Gudiol, personaje central de la historia de las pinturas sijenenses, en el “ajo” de una operación de expolio del monasterio de Sijena. La misma Pagès solicita que la cuestión sea “objecte d’una investigació a emprendre conjuntament entre Catalunya i Aragó”. Hubiéramos agradecido que Pagès no se limitara a publicar esa propuesta sino que ella, que era conservadora del MNAC, bien hubiera podido proponer esa investigación a sus superiores en el museo. Es posible que lo haya hecho y que no lo sepamos. Ella podrá aclararlo.

Fíjense lo que importa a mucha gente el patrimonio cultural que esta historia, publicada en 2012, solo ha recibido el interés de los medios cuando ha sido utilizada en relación con el conflicto jurídico (siendo que no tiene que ver directamente con él). Jorge Español, en un artículo en el que se hizo eco de la pérdida de importante patrimonio sijenense, interpretó las palabras de Pagès entendiendo de sus sugerencias que las pinturas principales del ábside habían llegado al MNAC y de allí habían desaparecido, cuando es cierto que, sea lo que sea lo que pasara, Pagès no afirma eso, aunque como seguidamente veremos puede dar pie a pensarlo. A raíz de allí, de nuevo la “polémica entre Cataluña y Aragón”.

Y así las cosas la prensa aragonesa pone el foco en el mal hacer “catalán” y la prensa catalana en el mal hacer “aragonés”. Una simplificación que oculta que en el caso de Sijena hay muy pocos inocentes. La historia de Sijena en el siglo XX es, en nuestra opinión, terriblemente acusadora de la desidia, la codicia o la insensibilidad patrimonial con que, ahora unos, ahora otros, han actuado los diversos actores. Nos centraremos únicamente en este caso para hacer mínimamente abordable la cuestión.

La primera cuestión a dilucidar es si las pinturas del ábside han sido arrancadas o no, pues su existencia es conocida y en la actualidad quedan únicamente muy menguados restos. Consultados diversos expertos, en Apudepa concluimos que, aún sin pruebas que permitan dar una certeza absoluta, puede afirmarse que con toda probabilidad los restos hoy conservados son la huella de unas pinturas arrancadas. A la espera de más datos estamos, por tanto, de acuerdo con Montserrat Pagès cuando afirma que las pinturas fueron expoliadas. Partamos de esa base. Dado que en el MNAC se conservaron desde 1960 hasta 2016 lo que Pagès llama las “triallas”, es decir, recortes del marco de las escenas principales, es necesario suponer que cuando esas pinturas se arrancaron (y estaban ya arrancadas en 1960) se arrancaron también las principales, salvo que estas últimas se hubieran arrancado antes, pues no es lógico extraer únicamente las de menor valor. Las pinturas secundarias fueron depositadas en el MNAC. Es decir, que o las pinturas se arrancaron juntas (secundarias y principales) o se arrancaron primero las principales y luego las secundarias. Si se arrancaron juntas, caben a su vez dos posibilidades, que se separaran tras el arranque o que ingresaran todas en lo que hoy es el MNAC. Esto último sería fácilmente comprobable si el museo hubiera llevado un control serio sobre la pintura mural conservada, cosa que no parece que haya sido así. Señala Jorge Español que en el currículum de Montserrat Pagés colgado en la página web del grupo oficial de investigación al que pertenece, se explica que las pinturas murales de la reserva del museo, o al menos parte de ellas, eran “inéditas” y estaban “sin registrar, ni catalogar” en 1990. Para colmo, debido a diversas jubilaciones, “no hi havia ningú al museu (…) que pogués informar directament i amb propietat de totes les qüestions necessàries per a la catalogació del susdit fons”. Si hasta 1990 no hubo control (esto es, registro y catálogo) sobre las pinturas murales de la reserva del MNAC, donde estaban las «triallas» de Sijena, ¿no cabe acaso la posibilidad de que en algún momento las pinturas principales del ábside hubiesen acompañado a las secundarias? Pagès no dice que sucediera así. Tampoco lo descarta expresamente, aunque a nosotros particularmente nos parece que no apunta en esa dirección.

Otra posibilidad es la que sugiere Pagès. Que las pinturas principales fueran arrancadas antes de 1960 y que la publicación de Gudiol y Cook en 1980 tuviera como fin posibilitar la venta, lo que situaría a los autores de dicha obra (pero especialmente a Gudiol, que ya lo había publicado en 1971) en el centro de una operación de expolio. Pagès, a la que suponemos bien informada como trabajadora del museo, sugiere también que quizá la venta se frustró por la intervención de Carlos Cid Priego, que era comisario del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional. Pero Carlos Cid Priego era comisario de la zona IV, es decir, según el decreto de reorganización de 1960, la correspondiente a Cataluña (cuando la zona correspondiente a las provincias aragonesas incluía también Navarra y el País Vasco). ¿Por qué hubiera podido intervenir Carlos Cid Priego en un expolio cometido en Sijena? Pues entendemos que solo si los bienes expoliados hubiesen entrado en el territorio de su zona. Pagès propone, por cierto, que el hecho lo investiguen Cataluña y Aragón, con lo que parece que piensa que los hechos afectan a ambas comunidades.

Es claro que, si las pinturas efectivamente se arrancaron entre 1950 y 1960 (y todo apunta a ello, según los expertos), estaríamos ante un nuevo expolio en Sijena (llamamos aquí expolio a toda actuación contra el monasterio como unidad cultural, sea legal o ilegal) que, como bien señala Pagès, debería ser objeto de inmediata investigación. Quede claro, con todo, que este expolio no tiene nada que ver con la situación jurídica del resto de obras.

El hecho, eso es evidente, acusaría la vergonzosa dejación de muchos actores respecto de Sijena en el siglo XX. Desde luego del Estado y sus delegaciones en Aragón (en ese momento las competencias eran estatales, no existían las comunidades autónomas, como es sabido) y de los centros culturales y museísticos que deberían haberse sentido concernidos con la suerte de Sijena, entre ellos los de Zaragoza y Huesca, que eran competentes por razón territorial desde el punto de vista político y administrativo para las obras del monasterio. Quede claro aquí desde el primer momento: En nuestra opinión los museos de Zaragoza y Huesca, así como el Estado y sus delegaciones en Aragón son nuevamente, en este caso, responsables. Si se quiere llamar así, por omisión, culpables.

Pero las responsabilidades no pueden acabar allí. El museo competente por razón territorial desde el punto de vista religioso era el Diocesano de Lleida, en el que las monjas de Sijena depositaron bienes desde el siglo XIX hasta prácticamente el traslado de Sijena a la diócesis de Barbastro-Monzón. También ese museo, y el obispado, deberían haberse sentido concernidos por un expolio que afectaba a uno de los monasterios de su territorio. Y con esto no acaba todo. También el Museo de Arte de Cataluña tiene responsabilidad en la dejación que permitió este expolio. Era el museo que recibió las pinturas secundarias y el que conservaba toda la pintura mural de Sijena. ¿Acaso no le extrañó a sus responsables, que conocían bien el monasterio, recibir únicamente las “triallas”? Así pues: los museos de Lleida y Arte de Cataluña, en Barcelona, responsables también. Si se quiere llamar así, por omisión, culpables.

¿Y acaso en Villanueva de Sijena no se supo que se habían arrancado esas obras? No seremos nosotros quienes carguemos contra la parte más débil, como suele hacerse en ocasiones. Los vecinos de Sijena, que por lo demás estaban acostumbrados a ver que propietarias y administraciones hacían lo que querían, bastante tenían con subsistir y sobrellevar la pena por un patrimonio grandioso desbaratado y desatendido por las instituciones que tenían capacidad de salvarlo.

A las comunidades científicas de ambas comunidades sí que se les podría exigir un mayor compromiso con el objeto de sus estudios. Por lo demás: si las sugerencias de Pagès están en lo cierto (y no hay más pruebas ahora) sería necesario reinterpretar la relación de Gudiol con Sijena.

En este contexto, la única persona experta de cuántas han intervenido en este debate que parece defender la única posibilidad que no desacredita de alguna manera a Josep Gudiol es la historiadora Marisancho Menjón, que defiende que es posible que Gudiol dijese la verdad al afirmar en 1980 que las pinturas “se conservan ‘in situ’”, aunque “muy destrozadas”. Alberto Velasco, conservador del museo de Lleida, ha desacreditado a su vez la opinión de Marisancho Menjón, considerándola “lamentable y ridícula”, para afirmar después en un comentario que Menjón “a día de hoy, no es nadie”. De esta forma Alberto Velasco, conservador del Museo al que correspondía conservar el arte de la diócesis en que se situaba el monasterio cuando se produjo el expolio, se suma a la tesis de Pagès sobre el arranque, tesis que desacredita gravemente a Gudiol. Y ello porque no parece posible que, si realmente se habían arrancado, un experto como Gudiol no lo hubiese advertido y publicado en 1980.

Como se ve, hay muchos elementos en esta historia para debatir y discutir. Lo que no se puede hacer es atacar personalmente por razón de no compartir los postulados. Marisancho Menjón es la autora de un trabajo de investigación sobre las pinturas murales de Sijena que la convierte, hoy, en una de las mejores conocedoras de la historia y vicisitudes de las mismas.

Por lo demás: corresponderá a los expertos corroborar que las pinturas fueron arrancadas. Hoy por hoy, a la vista de lo sucedido, consultado y conservado, creemos que efectivamente fueron arrancadas y pasaron ilícitamente, tarde o temprano, a manos privadas. Cuesta creer que ello se hiciese con el desconocimiento de quien participó en el arranque de pinturas en Sijena. Al tratarse de un Monumento Nacional desde 1923, si se produjo una venta de esas pinturas sin los permisos correspondientes, dicha venta sería nula de pleno derecho, al ser aplicable la doctrina judicial sobre el caso de otras ventas.

Existe en esta historia otro responsable que no hemos citado hasta ahora, y es la Diputación General de Aragón, que desde los años 80 posee competencias en materia de patrimonio cultural y que, pese a ello, no ha emprendido ninguna investigación al respecto hasta el momento ni ha atendido a Sijena como Sijena merecería. Por ello Apudepa reclama a la Diputación General que emprenda a la mayor brevedad posible una investigación para aclarar lo sucedido en relación con las pinturas del ábside de la iglesia y para ejercer las acciones legales oportunas para su localización y retorno al monasterio. Ojalá a todos, sobre el monasterio de Sijena, nos preocupara solo el monasterio de Sijena.

Apudepa, 27 de enero de 2017.

Un pensamiento sobre “Las pinturas murales del ábside de la iglesia de Sijena. Sobre otro expolio y más responsabilidades”

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